Año nuevo… Decisiones nuevas. Los buenos propósitos del año vistos desde la neurociencia (I)
Jesús Blanco Urdaneta es Psicólogo y Coach Ejecutivo y Corporativo, experto en neurociencia aplicada al aprendizaje, al cambio y a la toma de decisiones. Es profesor en cursos de marketing social de la Fundación Gestión y Participación Social y docente colaborador en el Programa Superior de Coaching Psychology y Coaching Psicológico en los módulos de Neurociencia Aplicada al Coaching, Supervisión de Coaches y Marca Personal (Universidad Complutense de Madrid).
¿Has recibido estos días algún mensaje de una ONG hablando de los buenos propósitos para 2015?
Cada comienzo de año es un periodo impulsado desde los más diversos laboratorios de diseño de marketing de muchas organizaciones, hacia una especie de furor colectivo que impele a todos a tener que establecer propósitos de comienzos de año, una especie de mapa existencial que promete llevarnos hasta la felicidad máxima cuando hayan transcurrido los 365 días que esperan por ser vividos.
A lo largo del viaje hasta el nirvana en el que se concretarán nuestras guías de acción, nuestros objetivos, encontraremos una serie de aparentes obstáculos, un consecutivo de dificultades que no estamos preparados ni entrenados para salvar o superar adecuadamente. El racional de ventas de este maníaco consumo de buenas intenciones no contempla las instrucciones detalladas sobre cómo llegar al final de la carrera.
Aun en este escenario existen buenas noticias, ya que disponemos de un sistema general que nos facilita el recorrido llevándonos a un lugar seguro, aunque desconozcamos en su totalidad la forma o condiciones del destino al que arribaremos. Afortunadamente el establecimiento de un objetivo activa el modo búsqueda y captura de un software desarrollado por la evolución para garantizar nuestra supervivencia. Lo que en las cavernas era saciedad en la actualidad lo definimos como satisfacción, un concepto que en los últimos años corresponde más a lo que concebimos como bienestar.
Durante 365 días estaremos ejecutando pequeñas, medianas y/o grandes acciones dedicadas a procurar los objetivos que nos planteamos en una bucólica intención de fin o comienzos de año; una serie infinita de pequeñas, medianas y/o grandes decisiones que nos acercarán definitivamente a una nueva situación, a un escenario totalmente diferente del que tomamos como punto de partida. Aun cuando pudiésemos regresar al mismo lugar, las condiciones y la temporalidad serán totalmente distintas, ya que en el trayecto cada decisión que tomemos impactará definitivamente sobre las condiciones originales en las que éstas fueron tomadas.
Muchos volverán al resguardo seguro de las antiguas metodologías que se desarrollaron en base a las propuestas Franklinianas, un retorno a la compulsión que nos mantiene presos de las dobles columnas que listan aspectos positivos versus negativos; los más sofisticados se perderán en los profusos y detallados análisis actuariales que presentan sorprendentemente las predicciones que se supone serán exactas con una u otra elección, por otra parte un sector poblacional cederá ante la presunta contundencia de las consideraciones estadísticas, y una alta porción caerá irremediablemente seducida por los encantos de las artes ocultas de la premonición o la adivinación.
Definir un objetivo es, en sí mismo la primera gran decisión, implica la definición de un estado 0, una fotografía de la línea de partida, un registro base de las condiciones de inicio, una evaluación presente de las condiciones; pero definir un objetivo es primordialmente una conceptualización clara de las condiciones o del desempeño esperado en una “x” cantidad de tiempo a una “x” inversión de recursos. La definición de un objetivo de manera nuclear es una acto de activación, el ejercicio máximo de nuestra capacidad para tomar decisiones, ya que una sola de ellas conlleva una infinita cantidad de otras que han sido o serán tomadas durante el proceso requerido para alcanzar la meta; incluso decidir no llegar al objetivo dadas ciertas circunstancias es una decisión.
Las disciplinas que observan y estudian la toma de decisiones en la actualidad consideran el análisis probabilístico como herramienta dentro de algunas de las fases del proceso, y no como el proceso para llegar a una decisión; esta es la primera gran modificación de la perspectiva científica sobre el proceso de toma de decisiones. Decidir no es un proceso de cálculo matemático complejo. La toma de decisiones es un complejo proceso de acciones que activan y/o suprimen reacciones electrobioquímicas en nuestro cerebro. Un intrincada organización de acciones y reacciones en la morfología y las conexiones del todo el sistema nervioso.
Los últimos 20 años la investigación sobre neurociencia y, específicamente los avances desde los laboratorios y las organizaciones dedicadas a la neuroeconomía han desvelado los secretos sobre cómo se organiza el sistema nervioso para tomar decisiones, un avance que obtenemos gracias a que existe un desarrollo multidisciplinario que estudia los mecanismos que subyacen a la elección integrando los aportes de la ciencia evolutiva, la neurobiología y la sociología. La neurociencia aplicada a la toma de decisiones observa los procesos que conectan las sensaciones y acciones revelando los mecanismos neurobiológicos de la elección.
El significado de lo anterior en términos concretos se concentra en nuestra capacidad para observar, valorar, actuar, evaluar y aprender en cada pequeña, mediana o gran decisión que tomemos. La labor de quienes apoyamos la consecución de los objetivos de personas, organizaciones y comunidades es la promoción del estado de congruencia entre la definición de los objetivos con los resultados finales obtenidos a partir de las acciones que implementemos. Recordad que cada elección conlleva a un “n” número de decisiones correlacionadas.
Aun cuando no hemos sido entrenados para decidir en los sistemas de educación formal, sí hemos sido provistos de recursos neurobiológicos para afrontar y superar los retos que el acto de elegir implica. Cada decisión discurre entre las activaciones y/o supresiones de una o más áreas cerebrales con el objetivo de realizar el cálculo más adecuado a cada contexto. Por ejemplo, visualiza a un bebé dando sus primeros pasos y observa todas las decisiones y desarrollos previos que han sido necesarios para llegar a esta operación fisiológica básica, el solo acto de erguirnos sobre nuestros pies, es un desafío de dimensiones colosales que requiere la realización de una infinita cantidad de decisiones de manera simultánea en el mismo momento desafiando las elementales leyes físicas, una capacidad exclusiva de nuestro cerebro que ha permitido que nos diferenciemos del resto de las especies.
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