Viene una imagen a mi memoria, de manera muy recurrente:

Trabajaba en una asociación, en el ámbito de la acción social, en un barrio de Madrid. Acudiendo a una reunión, encuentro en la calle a una compañera de la asociación. La expresión de su cara deja ver claramente que ha sucedido algo importante, de ese tipo de cosas que necesitas contar a alguien.

En la calle, acaba de ver a la puerta de un bar a uno de los niños con los que trabajábamos en la asociación. No voy a decir su verdadero nombre, llamémosle Dani.

Así pues, Dani estaba plantado delante de un bar, y esto llamó la atención de la monitora, que fue directa a hablar con él.

–Hola, ¿qué haces?
–No sé si entrar. No han vuelto mis padres y no sé, si les pido aquí, si me darían algo de comer…

En realidad, reunía fuerzas para entrar y pedir algo de comer. Para entender la situación, hay que conocer algo más de cómo era la vida de Dani. Era un niño de unos siete u ocho años. Aparentemente, recibía mucho cariño y –hasta cierto punto– cuidados de su familia. Sus padres eran, ambos, toxicómanos.

Sin embargo, el deterioro familiar no había llegado a un punto en que se apreciasen en él las consecuencias. Le recuerdo siempre con un balón en la calle, vestido con la equipación del Madrid, equipo del que era el fan más entusiasta que hayan tenido nunca. Sólo bastante después tuve yo un hijo con ese tipo de fiebre deportiva y conocí lo importante que pueden ser para ellos esos elementos de identificación: por supuesto, su balón también era de la marca de su equipo.

Me baso en eso para saber que alguien en su entorno se preocupaba de él –los precios de la equipación ya entonces eran prohibitivos, como lo son ahora–. En eso y en cierto sentido instintivo, por el que percibíamos que Dani, interiormente, estaba muy sano …al menos, todavía lo estaba, porque las cosas parecían llevar mal camino.

Lo cierto es que hacía mucha vida en la calle, y que su existencia estaba sometida a momentos de desamparo, más o menos anecdóticos. A veces, sus vecinos le habían pasado un bocadillo por la terraza, porque sus padres «habían salido y tardaban en volver», mientras él permanecía encerrado en casa.

Difícil olvidarse de él. Más todavía, por el hecho de que era muy sociable y simpático, cuando en nuestro trabajo –lógicamente– encontrábamos también numerosos niños y niñas de trato bastante más complicado.

Cambié de trabajo y nunca volví a saber de él (esto que cuento sucedió hace más de veinte años). Así que en mi memoria Dani permanece congelado en sus 7-8 años de edad, jugando al fútbol en la calle con su balón. Pero, especialmente, permanece en mi memoria en una imagen que yo ni siquiera viví: dudando si entrar, a la puerta de un bar, porque tenía hambre y su madre se retrasaba.

Hoy ha regresado esa imagen, y he sentido el impulso de haceros un homenaje a quienes trabajáis en la acción social, a quienes acompañáis a Dani. Da igual si aquí o en las costas griegas o turcas, en Honduras o en Camerún. A quienes «perdéis» tiempo en hablar con los que necesitan compañía o calor humano …o literalmente comida, o salud, o educación, o trabajo, o un lugar donde vivir.

Hacéis el mundo más humano, más vivible, de una forma que se resiste tercamente a las mediciones. Porque algo podemos registrar –la punta del iceberg–, pero se necesitaría un seguimiento de décadas para conocer qué pudo aportar realmente a Dani –a vuestros Danis– el tiempo que pasasteis con ellos. ¿»Pasasteis»? No, espera, esa no es la palabra. Quizá mejor «el tiempo que compartisteis», la vida que compartisteis con ellos.

«Esta lista es el bien absoluto», dice el personaje de Ben Kingsley en La lista de Schindler, en el que posiblemente sea el momento cumbre de la película. Vuestra actividad es el bien absoluto, vuestro modesto y anónimo bien absoluto, con el que contribuís a que nuestra vida –no sólo da de vuestros Danis, la de todos nosotros– sea mejor.

Así que ahí va mi brindis por vosotros. Recuerdo que, por algún motivo, nuestra tarea resultaba bastante más dura en invierno en aquellos años. Supongo que sigue siendo así. Ánimo con el lunes y muchas gracias por lo que hacéis.