Ya te hablé anteriormente en otro post sobre los enfoques de la comunicación para el cambio social y la comunicación para el desarrollo como referentes de comunicación para las asociaciones y ONG. La comunicación y el buen vivir, se podría ir de la mano de esos referentes comunicativos. Desde finales de la primera década del siglo XXI, algunos grupos y colectivos sociales están empleando el término buen vivir/vivir bien como un modelo o proyecto de vida que relacionado el bienestar de las personas con la convivencia desde el respeto con la naturaleza.

Debemos este término a América Latina. El Buen vivir es una cosmovisión ancestral de la población indígena de los Andes (sumak kawsay –quechua-, suma qamaña –aimara-), que según Barranquero-Carretero y Sáez-Baeza (2015), podría contribuir a enriquecer la teoría de la comunicación para el cambio social a partir de la incorporación de la teoría crítica, la ecología y una articulación basada en “las capacidades individuales y el bienestar, la naturaleza, y la distribución de recursos” (Radcliffe, 2012: 240).

Debemos considerar que el buen vivir es un proyecto en curso (Acosta, 2008), que está en un proceso inacabado de desarrollo de propuestas concretas para iniciar los procesos de “transición” y “desmercantilización” (Stefanoni, 2012: 14). Por otro lado, el buen vivir no pretende ser un modelo universal sino más bien un conjunto de cosmovisiones particulares y contextuales (Gudynas, 2011: 443). Sus aportes pueden contribuir a enriquecer la reflexión comunicacional.

Aunque no suponga un modelo universal, si podemos reconocer su relación con los diferentes modelos críticos de la comunicación, así como las corrientes ecofeministas y las teorías del decrecimiento. Barranquero-Carretero y Sáez-Baeza (2015) relacionan comunicación de las organizaciones sociales y las teorías del buen vivir a través de algunas premisas que pasamos a resumir a continuación:

  • Para pensar hoy la relación entre comunicación, desarrollo y cambio social es necesario revalorizar el extenso legado cultural sostenible, muchas veces invisibilizado, de las regiones y pueblos de América Latina y el sur global, y avanzar hacia una comprensión crítica, ecológica y poscolonial de estas nociones, y de cómo pueden articularse en la planificación de proyectos y políticas, ya no tanto de desarrollo como de solidaridad, de instancias públicas, privadas y comunitarias (movimientos sociales, ONG, etc.).
  • La cosmovisión del buen vivir supone un nuevo “fermento” comunicacional surgido desde la “periferia de la periferia mundial” (Tortosa, 2009) y que ayuda a continuar desoccidentalizando los estudios mediáticos a fin de escapar de su matriz cultural capitalista, militar, patriarcal, blanca, heterosexual y masculina (Grosfoguel, 2002).
  • Ayuda a la comunicación a escapar de los estrechos límites del instrumentalismo (comunicación “para”) para concebirse, a la manera que propone Rosa María Alfaro (1993: 27-28), como medio y fin, objetivo y sinergia transformadora.
  • Se configura como un espacio simbólico que intenta resistir y bloquear los marcos culturales insostenibles que derivan, entre otros, de los medios comerciales y la publicidad.
  • Se realiza desde perspectivas críticas como el decrecimiento, la cultura slow o las filosofías del procomún (commons).
  • Invita a manejar una visión más integral y compleja, dado que la noción apunta a que no todos los pueblos entienden de la misma manera el desarrollo y la comunicación. Si una de las premisas de la disciplina es el respeto a la autonomía y la diversidad de las culturas (Gumucio-Dagron, 2001), es contradictorio entonces seguir insistiendo en la búsqueda de patrones universales de cambio social, puesto que no existe un modelo único de desarrollo y el ser humano no precisa de la comunicación “para” desarrollarse, crecer o evolucionar hacia dirección alguna.
  • Mientras desde las culturas hegemónicas configuradas por la matriz moderna/colonial se tiende a concebir la comunicación como medio para difundir un cambio en las actitudes o el sistema de valores, la idea de que la naturaleza tiene unos “límites” infranqueables lleva a que el único crecimiento posible es el que consigue respetarlos, o incluso regenerarlos, estableciendo una relación de diálogo y reciprocidad entre ser humano y naturaleza. De fomentar esta empresa, la comunicación estaría también contribuyendo a la toma de conciencia de que es necesario actuar desde las auténticas necesidades fisiológicas y psicosociales del ser humano, y la filosofía del “vivir (bien) con menos” (Moreno & Riechmann, 2007), a la que apuntan ideales como el decrecimiento o el buen vivir.
  • Podría ayudar a desembarazar a la comunicación de todo tipo de adjetivos y etiquetas –para el desarrollo, para el cambio social, para la paz, el medioambiente, etc.– y a hacerla escapar de su posición subordinada (“para”) hasta situarla en el núcleo o, al menos, en condiciones de igualdad en la relación disciplinaria entre comunicación y desarrollo. En este sentido, la comunicación, sin apostillas o ambages, es para el buen vivir sinónimo de diálogo comunitario interhumano y natural, a la vez que recurso simbólico desde el que cimentar relaciones de convivencia, reciprocidad y respeto, no solo entre los seres humanos –como propone el paradigma participativo–, sino entre estos y su entorno natural.
  • El buen vivir apunta a “cooperar para el postdesarrollo” (Marcellesi, 2012), estableciendo relaciones y solidaridades Norte/Norte, Sur/Sur, Norte/Sur y   Sur/Norte desde programas basados en la redistribución de recursos, las necesidades humanas fundamentales, y el ajuste con respecto a los límites que impone la naturaleza.