En los primeros días de la invasión rusa de Ucrania, nos consultaron tres personas diferentes prácticamente la misma cuestión: qué tipo de entidad se podía crear para canalizar ayudas a los damnificados por esa guerra, ya fueran refugiados o población atrapada por el conflicto en su propio territorio.

Es una cuestión relativamente sencilla, pero no carece de interés. De entrada, las dos opciones de entidad no lucrativa para algo así que se nos ocurren a todos son asociación o fundación.

Son dos formas jurídicas bastante diferentes, así que hay que entender en qué medida esas diferencias cuentan para el objetivo que se buscaba.

El contexto era este: empezaba una migración que cabía esperar masiva y los ataques a infraestructuras básicas creaban zonas desabastecidas dentro del propio país, a pesar del esfuerzo del estado ucraniano por mantener en funcionamiento los servicios (el transporte, los mercados, el servicio de bomberos, los hospitales, el suministro eléctrico…) y mantener una cierta normalidad.

Entiendo que el objetivo planteado era una rápida captación de recursos –fundamentalmente, donativos– y una distribución igualmente rápida de elementos de primera necesidad (alimentos, agua, abrigo, medicinas, material sanitario y de higiene…).

Desde mi punto de vista, se trataba de conjugar dos factores: rapidez de la respuesta y confianza (o, si se quiere, «garantías», puesto que cuando hablamos de recibir donativos hay que ofrecer alguna garantía de que serán empleados en el fin propuesto).

Resulta interesante que ambos factores –rapidez y confianza– funcionan en sentido contrario al ser conjugados con el tipo de entidad: las asociaciones se constituyen de forma más rápida y las fundaciones –hablando en términos muy generales– ofrecen mayores garantías por estar sometidas a mayor control público.

Una asociación, en España, se constituye mediante una reunión en la que se aprueban los estatutos, se nombra un primer órgano de representación de los socios, se levanta acta (privada) de dicha reunión y, con ello, la asociación adquiere personalidad jurídica. Ya «existe», literalmente en un día. Por contra, una fundación tiene un proceso de constitución necesariamente más largo: tras la elaboración de los estatutos, hay que hacer una escritura notarial y deben ser revisados y aceptados por la administración. Hasta que se realiza su inscripción en el Registro de Fundaciones correspondiente, la entidad está en proceso de constitución, pero no puede ni emplear el nombre «fundación».

El comportamiento de los donantes, por supuesto, no es unánime. Hay personas más sensibles a ciertas emergencias –una «donación por impulso», podríamos decir– y hay personas que, con idéntica voluntad de donar, son más cautelosas en la elección del proyecto o entidad por la que canalizar el donativo y que prestan más atención a los aspectos de control, garantías, reputación…

La disyuntiva asociación/fundación no tenía una respuesta clara. ¿Estábamos hablando de articular una ayuda «esta semana» o estábamos ante un problema que requeriría meses o años de actuación? En realidad, ambas cosas, pero nuestra percepción de la cuestión condiciona nuestras decisiones.

Esa prisa inicial es posiblemente el elemento fundamental cuando estamos salvando vidas (se aplicaría igualmente a catástrofes naturales, epidemias…). Tras hablar con estas personas (bueno, en realidad, representaban a grupos), yo presentía que optaban por crear asociaciones para ponerse en marcha ya. Bien, en realidad, paralelamente se podían dar pasos para crear también una fundación, que podría recoger el testigo más adelante.

Las fundaciones nacen con una ventaja inicial en materia de reputación, puesto que rinden cuentas a un protectorado de fundaciones, pero también con una ventaja fiscal, ya que a una asociación podría llevarle no menos de dos ejercicios acceder a la declaración de utilidad pública o la inscripción en el Registro de la AECID y, con ello, a poder ofrecer las mismas ventajas fiscales que ofrecen a los donantes las fundaciones desde el primer momento.

Todo esto es suponer que hay que crear una entidad nueva, porque se puede perfectamente apoyar la labor de las entidades con experiencia y organización apropiadas para los retos que plantea la ayuda humanitaria en situaciones de emergencia. Entidades privadas y, también, organismos internacionales.

De hecho, la confianza no es un patrimonio exclusivo de las entidades grandes. Muchas personas tienen contacto con pequeñas organizaciones, conocen a las personas que las promueven y saben que son merecedoras de su confianza.

Hay ejemplos como este [https://www.clubdeportivoelarbol.org/noticias/juntos-por-ucrania/], de unas asociaciones deportivas pequeñas que optaron, con apoyo de un empresario, por hacer algo. Habría muchos más ejemplos. Comparativamente poco, pero no podemos prescindir de esos «pocos». Las entidades pequeñas, de barrio, son cercanas a la gente. Y son numerosísimas.

Ahora estamos en una fase diferente. Ya no es la prisa inicial, ahora hay que afrontar también (porque los problemas iniciales persisten) problemas a más largo plazo. No es que sean retos sólo para entidades grandes, transparentes y, a ser posible, sometidas a escrutinio independiente; son retos para entidades –grandes y pequeñas– que realicen una buena coordinación de sus esfuerzos y que los planifiquen conjuntamente a medio plazo.